
No cabe duda de que el presidente está mostrándose conciliador cuando habla de la necesidad de bipartidismo. Quizas el Pentágono, sin Rumsfeld, vuelva a su interés más tradicional en la defensa. Y una mayoría demócrata en el Capitolio lógicamente limitará el margen de maniobra de Bush. Pero esperar un cambio radical de postura en política exterior es ilusorio. Lo cierto es que habrá más continuidad que cambio.
Puede que esté en manos de los demócratas el garantizar un cambio de rumbo en política exterior, pero el control del Congreso no les otorga poder para hacerlo.
La Constitución de EE UU confiere al presidente un amplio margen en cuestiones de guerra y paz. Históricamente, la rama ejecutiva del gobierno ha manejado las relaciones exteriores, y tanto el Congreso como los tribunales le ceden el poder al presidente, especialmente en tiempos de guerra. El gobierno de Bush ha llevado esto a un nuevo nivel: es más impenetrable, más tapado y ha marginado más al Congreso que cualquier ejecutivo de la historia de Estados Unidos. Se ha atribuido, por ejemplo, el derecho de decidir qué parte de cada ley aceptar por medio de “declaraciones a la hora de firmarlas”. La guerra de Irak es un buen ejemplo de todo esto: la preparó e inició en secreto, sin debate público, en aras de metas que nunca ha explicado.
No hay la más mínima razón para creer que prestará más atención a una Cámara controlada por los demócratas. Por el contrario, es probable que la Casa Blanca se vuelva todavía más intransigente con las prerrogativas de la presidencia.
Un analista demócrata lo resumió así: “La dinámica primordial en estas elecciones es la guerra. La paradoja es que una vez que [los demócratas] se apoderen del Congreso, no podrán hacer mucho. Esta es la gran ironía de estas elecciones”.
De hecho, los demócratas están profundamente divididos sobre cuál es el mejor camino a seguir en Irak: algunos defienden un calendario de retirada, otros aconsejan una partición, y otros apoyan a Bush. Reina una confusión similar con respecto a la política para Irán y Corea del Norte.
Aunque los demócratas sean incapaces de alterar el rumbo de la política exterior, muchos observadores prevén el resurgimiento de un centro bipartidista que ayudará a apartar a la Casa Blanca de la derecha dura.
También es probable que las expectativas se trunquen. Ahora que ya se han quitado de encima las elecciones legislativas, las campañas presidenciales del 2008 irán a todo vapor. Los ataques calumniosos que precedieron a la votación de la semana pasada, no harán más que intensificarse a medida que se caldea la pugna por la Casa Blanca.
Cuando se supere la fase de los repartos de cargos, tanto internos como los de las presidencias de los Comités, llegará la hora de la verdad. El conflicto más serio llegará con las investigaciones. El probable presidente del Comité de Inteligencia del Senado, Jay Rockefeller, ya ha anunciado que quiere debatir el uso de los datos del espionaje antes de la guerra de Irak. Se discutirá la ley de control de las comunicaciones electrónicas y otras medidas antiterroristas promovidas por Bush.
El senador Carl Levin, crítico constante de la guerra, encabezará el subcomité de Investigaciones, y lo primero que hará será lanzarse sobre los contratos a dedo en Irak (Halliburton) o la gestión después de la catástrofe del Katrina. Fácilmente el ambiente político estará polarizado y como es usual en política, se respire una atmósfera de serpientes
¿Se llegará al proceso de destitución presidencial que algunos acarician? Después de todo seria la única forma efectiva de parar la guerra. Pero no. Pelosi lo ha dicho ya, y Dean lo ha confirmado: "Es algo que no va a ocurrir". No por falta de ganas, sino por prudencia y cálculo político: la indignación que causó en las filas demócratas el procesamiento de Clinton por el caso Lewinsky les ayudó a ganar las legislativas de 1998.
También es cierto que la distancia ideológica entre republicanos y demócratas se está acrecentando, y no al revés. Los comicios de la semana pasada han sacado de en medio a muchos republicanos moderados, en cuyas circunscripciones centristas los votantes se pasaron al candidato demócrata.
La delegación republicana del próximo Congreso, despojada de algunos de sus incondicionales centristas, estará más a la derecha. Mientras tanto, las elecciones afianzarán la posición del ala más liberal del Partido Demócrata. Algunos demócratas son moderados. Pero los líderes del partido -desde Nancy Pelosi, la futura presidenta de la Cámara de Representantes, hasta los altos cargos destinados a dirigir los comités del Congreso- se verán arrastrados a la izquierda por sus distritos.
En lo que respecta a las riendas del gobierno, el presidente Bush, jugara a la defensiva, pero está destinado a seguir siendo quien tome las decisiones durante otros dos años.
No esta demás resaltar por lo tanto el reciente comentario del documentalista Roger Moore: “si no estamos encima, los demócratas lo estropearán todo – y recordó que - fueron los demócratas los que "ayudaron a Bush a comenzar esta guerra”.
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